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El narrador-nadador[1]

 

¿Cómo es esa mano?

 

¿Por qué esta en el aire?

 

¿Y cómo llego allí?

 

Había cogido un pincel que no le convenía, y el caballete, clavado en el suelo de cualquier forma, ofrecía un ángulo incorrecto; ahora que ya lo había puesto bien, y al hacerlo había sofocado todas las impertinencias e insignificancias que lo distraían y le hacían recordar que era una persona de tal y tal forma, y que conocía a ciertas personas, movió la mano, levantó el pincel. Durante un momento se quedó temblando en un doloroso pero excitante éxtasis, detenida la mano en el aire. ¿Por dónde empezar?: éste era el problema; ¿en qué punto hacer la primera señal? La primera línea sobre el lienzo lo comprometía a incontables riesgos, a decisiones con frecuencia irrevocables. Todo esto que parecía sencillo desde un punto de vista teórico, se convertía en algo muy complicado desde el punto de vista práctico; al igual que las olas ofrecerán un dibujo evidente a quien las contemple desde lo alto del acantilado, pero para el nadador que se mueva entre ellas serán valles profundos y crestas llenas de espuma. Pero había que correr el riesgo.

 

¿Cómo será entonces esta primera mancha? ¿cuáles serán los colores y matices de esta historia? ¿Qué significa ser un narrador contemporáneo? El narrador-nadador debe sumergirse en el océano, batallar con las olas o dejarse ir. Ondas, velocidades, presiones, temperaturas, densidades, profundidades, de aquí para allá. No hay tiempo de pensar. Dejarse ir o resistir. Naufragar, ahogarse, nadar. Respirar profundo y zambullirse de nuevo. Escuchar el sonido sordo debajo del agua. Sentir la sal en los labios, la espuma por todo el cuerpo. No tocar el suelo. Necesidad absoluta de desplazamiento.

 

La mano en el aire tiene un apellido. Sepúlveda.

 

Decir Sepúlveda es hablar en infinitivo. Puede haber tantos nombres detrás de este apellido como sustantivos que acompañen al verbo. Como un Sepúlveda de este tiempo, deseo transmitir la experiencia inscrita en mi cuerpo como heredero de una estirpe que no elegí. Me encontré con un Sepúlveda del año 1500. Se trata de un hombre llamado Juan Ginés de Sepúlveda quien hizo todo lo posible por argumentar que la guerra contra los indios de América, en plena conquista, era justa. Ya son muchos años de contagio(o conquista) para un cuerpo. Aunque este muere, las ideas se hacen cuerpo cada vez.

 

Este linaje me da la distancia necesaria para pensarme/nos desde ese lugar en el que las ideas del sometimiento, la dominación y el colonialismo se hacen cuerpo. Entonces ¿Quién será el narrador de esta estirpe?  No podría ser otro que el cuerpo, el único capaz de transmitir la experiencia desde las fibras nerviosas que lo constituyen, es decir, una encarnación del Sepúlveda presente y pasado, tal vez futuro. Esta historia aun está en condiciones de provocar sorpresas y reflexión. Se asemeja a las semillas del grano que, encerradas en las milenarias cámaras impermeables al aire de las pirámides, conservaron su capacidad germinativa hasta nuestros días.

 

Ser narrador en la contemporaneidad tiene que ver con la anacronía a la que me arrastra Sepúlveda dividiendo e interpolando el tiempo. Sepúlveda está en grado de transformarlo y de ponerlo en relación con los otros tiempos, de leer de modo inédito la historia, de citarla según una necesidad que no proviene en algún modo de su arbitrio, sino de una exigencia a la cual no puede no responder. Ahora bien, esta estirpe de Sepúlvedas me conduce a otras preguntas: ¿Cómo narrar a Sepúlveda?, ¿dónde pongo el yo Sepúlveda?, ¿Cuál es la voz de Sepúlveda?, ¿Cómo suena esa voz?, ¿Tiene voz?.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

…detenida la mano en el aire. ¿Por dónde empezar?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sepúlveda narrador-nadador. Con la mano en el aire y la voz muda. Ante el primer gesto. Quiere enloquecer. No puede narrar lo que tiene enfrente.  Sólo lo podrá hacer a través de Sepúlveda narrador-nadador del año 1500. Desfasado del tiempo. Ya ha dejado, parcialmente, el yo. Ahora somos nosotros. Sepúlvedas narradores-nadadores. Cuerpos conquistados, dominados, sometidos. No se sabe por donde va a comenzar esta historia. Hasta ahora solo la mano en el aire… aquí, en esta tensión, surge toda posibilidad de ficción: una mano que va dar una pincelada, una mano que va a golpear, una mano que va a dar su primera brazada, una mano que va a señalar a algo o a alguien, una mano que va a ofrecer una caricia, una mano que va a dar un latigazo, una mano que va a descender lentamente, una mano que, una mano, una…

 

¿Y si sólo se quedara con la mano en el aire?

 

¿Qué clase de narración podría llegar a ser esta?  

 

 

[1] Mi querido lector. Aquí escribe un delincuente quien  ha robado varios textos. Antes de delatarme, con unas comillas, quisiera permanecer a la sombra de la delincuencia.

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